martes, 29 de junio de 2010

Ser Padres

¿Cuál es la respuesta o cómo podríamos desarrollar nuestra respuesta para con nuestros hijos, para con nosotros?.

Padres y Madres necesitamos alcanzar grados superiores de comprensión para nuestra labor. No es fácil hoy sentir satisfacción, alcanzar tranquilidad en esta tarea, cuidar a los hijos, enseñarles. Con certeza, la influencia que ejercemos los padres en la vida de nuestros hijos, es siempre significativa, somos quienes grabamos primeramente, imprimimos en su inocencia nuestra influencia.

Honrar padre y madre. Es posible reconocer cómo todo ser humano que no ha resuelto, que no ha logrado reconciliarse con sus padres, se manifiesta perturbado, funcionalmente no alcanza libertad, comprensión, para relacionarse con otros seres afectivamente significativos en sus vidas, especialmente con ellos. Es la primera experiencia la que yace, donde primero se aprende a estar con otros, y si de ahí se aprende a estar sin la claridad, sin la lucidez, como frecuentemente ocurre, esa forma es la que se usa, sin mucha conciencia, pero así se usa, quiero a mi mamá porque me porto bien con ella, o ella me quiere porque me cuida. La función trascendente del Padre y de
la Madre, es precisamente esa, ser instrumentos para dar Vida, capital esencial. Ese reconocimiento es obligado para los padres: agradecer a sus propios padres por la oportunidad de estar vivos, a través de ellos.
Esa función es incuestionable, es de una jerarquía esencial, imposible de desconocer, para bien o para mal. Cualquier deficiencia presente en la formación, en el acompañamiento que ofrecieron a sus hijos durante su desarrollo, no será suficiente para anular ese necesario reconocimiento, no para negar o desconocer los déficits presentes en otros planos, pero la distinción entre unos y otros, ordena, clarifica. Como padres debemos partir de ese hecho, haber participado como un instrumento, como vehículo para la existencia de nuestros hijos, y por eso cabe agradecer; ahora, si producto de la comprensión, de la luz que se recibe, podemos conducir esta oportunidad para llegar a convertirnos en influencias nutritivas, facilitadotas, orientadoras para nuestros hijos, mejor aún.
Ese interés, cariño, que en la mayoría de los casos, parece brotar en los padres, en presencia de sus hijos, esa sensación orgánica significativa, nos lleva, no pocas veces, a apropiarnos de ellos:
como “nuestros hijos”. Sus vidas, fuertemente ligadas a la nuestra, nos nutren, nos contentan, y también nos duelen, como también a ellos nuestra influencia los afecta, y a veces los determina. Ojalá pudiésemos comprender lo trascendente que es, para el ejercicio de la función de padres, el participar de algún grado de comprensión esencial, suficiente, de la Vida, de Dios, de nuestra condición. Los griegos, impregnaban su cultura con el principio de que nuestra condición reconoce la presencia del alma en la existencia del ser humano, esa sutileza que se activa en nosotros para acompañarnos, y también en nuestros hijos, como fue y es ahora mismo.
El alma perdida en el espacio simbólico del intelecto, dentro del ego, determina la producción de un cierto tipo de proyecto, que se impregna insuficientemente de la vida, como para alcanzar la propiedad de la misma, en la misma. Los padres necesitamos modelar, proponer categoría en su presencia, estar lo suficientemente despiertos, conectados con algún grado de objetividad al momento de vivir nuestra vida, con dignidad, es decir, comprendiendo lo suficiente de lo esencial, como para ejercer una respuesta precisa, oportuna, graciosa ojalá, no siempre alegría, pero útil. Este esfuerzo permite alcanzar un ofrecimiento hacia nuestros hijos de mayor categoría.
Es útil para funcionar en la vida recibir instrucciones sobre espacios más esenciales, espacios funcionalmente trascendentes. Si asumimos que somos almas encarnadas, el proyecto reconoce la trascendencia, esta vida no se termina aquí. Como Jesús demostró cuando resucitó,
la Vida es Eterna, presente, trascendente a la materia. Los discípulos estaban abatidos, desconcertados, hasta cuando Jesús aparece y enciende la llama del cristianismo, la existencia de Dios. Mi madre, mi padre, mi abuela, mi abuelo, especialmente mi padre y mi madre, manifiestan su presencia en mi vida, habiendo ya entregado su cuerpo, cuando mi padre “falleció”, sentí tranquilidad en mi presencia, algo se activó, incluso funcionalmente más cerca, puedo sentir su compañía, no se murió nunca su impacto, algo se liberó, se abrió, se aclaró. Para un hijo es útil integrar este principio, así puede evitarse sufrir por pérdidas que no son tales. Buscar el alma que vive en el cuerpo de mi hijo. Padres materiales, la esencia es divina. Desde mi esencia hacia la esencia de mi hijo, ese encuentro facilita el Despertar. Si el padre o la madre están concientes de su condición, influencian a su hijo, lo llaman a participar, a vibrar en frecuencias sutiles, a estar más cerca de Dios y en Dios, mejor conectados a la situación. La cualidad de la conciencia alcanza para recibir dignamente lo esencial, más oportuno, más inteligente, distinto funcionalmente, más eficiente.
Estos atributos, procurar su desarrollo, es función de los Padres, del formador, del Maestro, del Profesor. La dignidad del Profesor. Para el momento en que nos encontramos, el profesor debe contribuir a lo que la oportunidad exige: precisar la categoría de información que va ser el objeto de su atención, aquella distinta a lo que pueda alcanzarse a través de un acto mecánico, también aquella, pero además esa que trae una vitalidad inalcanzable por la máquina.
Recrear la función del profesor, actualizarla y también la de los Padres.
Niños con más plenitud en sus vidas, a cargo de responsables, padres, profesores, interesados en ofrecer grados de plenitud superiores en su dinamismo, interesados en alcanzar presencias con niveles de integración superiores a los esquemas teóricos, aprender a moverse, enseñar un Cómo. Aprender y enseñar instrucciones más esenciales, para operar en niveles de plenitud superiores.

Utilizar la oportunidad que somos como padres:
Influencias trascendentes para nuestros hijos, para ofrecerles contribuciones significativas en cualidad.
Asumir el desafío me convierte también en hermano de mis hijos. Soy hermano de mis hijos y de mis padres.

M. Flores.

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