el contacto con el cuerpo como estrategia

El funcionamiento habitual nuestro, como seres humanos, no considera partes esenciales de lo que es nuestra condición. El cuerpo, por ejemplo, es el lugar donde habitamos, pero un registro, un interés por él, por el contacto con él a través de la sensación, no es un hábito. En nuestra educación no tenemos instrucciones para hacerlo, para comprender la trascendencia que tiene este contacto.

Podemos recuperar un contacto con partes que no están siendo cuidadas, tampoco aprovechadas, en toda su magnitud. Por ejemplo, cuando uno siente su cuerpo se genera una certeza que permite neutralizar las inseguridades. El pensamiento siempre es más inestable, de un momento a otro y de una persona a otra, no obstante, construimos nuestra identidad con pensamientos, andamos suponiendo que somos lo que pensamos… imagínense la angustia que significa utilizar ese tipo de material para establecer un principio, alguien nos dice algo acerca de nosotros, que no coincide con lo que nosotros mismos pensamos… ¡se nos viene la identidad abajo!, nos llenamos de dudas. No se trata de desentendernos del pensamiento, sino de darle el espacio que corresponde, de relacionarnos con él y no vivir dentro de él.

Cuando le damos un protagonismo superior a nuestra relación con el cuerpo, cuando lo sentimos de modo directo, conciente, experimentamos una certeza, y relativizamos lo pensado, podemos afirmarnos en algo que es más objetivo, andar con un nivel de certeza superior, y evitar el pretender convencer a otros de lo que pensamos, se invierte menos energía en ello y se neutraliza el desgaste que produce pretender que el mundo sea como lo pensamos, como lo planificamos.

Sintiendo el cuerpo, como estrategia, estamos en mejores condiciones de estar con nosotros mismos y con el otro, de un modo mucho más real.

No siempre es fácil o grato dar ese salto, salir del intelecto donde estamos acostumbrados a estar, acostumbrados a pensar en nuestra vida más que en sentirla, nos incomodamos, no estamos preparados. Sentir el cuerpo, saber que estamos sintiendo las sensaciones, las señales del cuerpo, es una garantía que hemos salido de la dimensión intelectual, no es que hayamos dejado de pensar, pero el pensar deja de ser el eje, no para que el eje sea el cuerpo, sino para reconocernos, para descubrirnos, para constatarnos como aquel que piensa, aquel que siente, el que se da cuenta, el que observa, el que no cambia cuando cambia lo sentido o lo pensado, nosotros mismos.

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