viernes, 11 de febrero de 2011

al son del didgeridoo

Llevo mucho rato sentado meditando, escucho el sonido de los didgeridoo australianos que cada cierto rato se detienen.

Sigo sentado, siento mi espalda doblada y la rectifico, me pica la nariz, pero no me muevo, dejo que pique y pique cada vez más, y más , es una tortura, hasta que desaparece tal cual llegó.

No siento mis pies, me duelen las rodillas, retomo la respiración, mis pies no existen solo mi respiración, escucho la música que sigue, empiezo a sentirme muy alto, cada vez más grande, vuelvo a mi respiración, a mi dolor de rodillas a mis pies que no los siento.

Mi cabeza dice: termina por favor termina, y yo la observo y escucho mi corazón, fluctúo entre mi respiración y mis rodillas.


Ahora aparece una imagen: los veo a todos levitando estamos todos en un círculo meditando pero en el aire, vuelvo a mi respiración. Me encuentro con mi respiración es la paz, veo colores que aparecen y desaparecen son preciosos azules, violetas; la música sigue, también mi respiración.

Me voy en mis pensamientos y mis problemas, observo esto y organizo, digo “ estoy aquí y ahora en esta práctica”, vuelvo a la respiración y a mi espalda, saboreo el instante en que siento la posibilidad de manejar, operar con propiedad la dirección de lo que tengo que hacer.

La música cesa y comienzo a sentí ruidos de mis compañeros de meditación, abro los ojos y me estiro, estoy feliz ha sido un gran trabajo como la vida, un trabajo.


Héctor Gatica - Águila Sur - Febrero 2011

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